Allá en los años cincuentas del pasado siglo se hizo costumbre en mi ciudad, Saltillo, erigir altas torres de metal en cuya cima se colocaba un gran tinaco para surtir de agua de la población.
Dos de esos tinacos fueron puestos por los mismos días; uno en la International Harvester, fábrica de nueva creación, y otro en el Tecnológico, institución fundada también un poco antes.
Como las dos torres estaban cerca del Ateneo Fuente, don Juan Lobato, inolvidable coach del equipo de futbol americano del glorioso colegio, aseveró con absoluta certidumbre que los tales tinacos eran falsos: las elevadas estructuras construidas en la Harvester y el Tec eran en verdad atalayas disfrazadas desde cuya altura los entrenadores de los dos equipos rivales del conjunto ateneísta, los Buitres de la Escuela Superior de Agricultura “Antonio Narro”, y los Burros Pardos del Tecnológico, validos de poderosos catalejos, harían labores de espionaje para averiguar las jugadas que iban a hacer en el emparrillado los Daneses del Ateneo, y así poder contrarrestarlas.
El tinaco del Tecnológico era especialmente grande. La enorme esfera de metal llamaba la atención por su volumen. Don Raúl Madero, a la sazón gobernador del Estado, visitó el plantel un día, y le preguntó a quien había hecho el tinaco: “¿Cuánta agua le cabe al tinaco?”. Pidió el ingeniero que le trajeran su regla de cálculo, hizo una serie de complicadas operaciones que le tomaron dos o tres minutos, y finalmente respondió: “Señor gobernador: le cabe un chingo”…
Fuente: Armando Fuentes Aguirre “Catón”
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