El restaurante más famoso en mi ciudad es “La Canasta”. La gente dice, y dice bien, que ir a Saltillo y no ir a “La Canasta” es como no haber ido. Famoso en todas partes, y en algunas más, es su célebre arroz huérfano, llamado así porque no tiene madre, cuyo nombre ha sido inscrito en el Registro de la Propiedad para que nadie se lo robe.
Sabrosas por encima de toda ponderación son sus ricas enchiladas saltilleras, y su ensalada de nopales con camarones es lo más alto de la alta cocina mexicana. Inefable es su filete tapado; sus cáscaras de papa son una delicia imponderable, y el postre que lleva el nombre de la casa basta para endulzar el ánimo más agrio.
Como si todo eso fuera poco, Graciela Garza Arocha, dueña y señora de “La Canasta”, ha hecho de su establecimiento un museo de artesanía y arte. Junto a la obra de grandes pintores nacionales se pueden ver las creaciones de insignes artesanos, con una colección de antigüedades que llena de admiración a quien la ve.
Hace unos días estuve en “La Canasta” y vi el nuevo menú del restorán. Hermosamente impreso, tiene en la portada una acuarela de López Oliver, extraordinario artista, y está ornado con viñetas de Rangel Hidalgo, una de las muchas glorias que Colima ha dado a México.
Me emocionó ver en la carta dos declaraciones mías de amor a la ciudad en la que vi la luz. Dice una: “Dios está en todas partes, pero en Saltillo más”. Declara la otra: “No quiero irme al Cielo: vivo en Saltillo”.
Mi solar nativo es para mí como la mujer amada: no me canso de decirle piropos encendidos. Ver esas frases mías en el menú de “La Canasta” es recibir una consagración…
(Armando Fuentes Aguirre)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario