Transcurría el año 2002. Las casas de la calle Juárez, antiguas y llenas de misterio ofrecían un paisaje ensombrecedor.
Pasadas las 12 de la noche, caminábamos sonrientes mi amiga y yo por haber pasado una velada amena en compañía de unos amigos en un conocido bar del centro de Saltillo.
Era otoño y el clima fresco hacía que el viento nos golpeara la cara, despeinando un poco nuestro cabello. Mientras reíamos y platicábamos las anécdotas de la noche, decidimos parar un poco y sentarnos en una banqueta para fumar un cigarrillo. En aquellos años se agradecía el hecho que todavía a esas horas podían caminar solas dos jovencitas.
Mi amiga se entretenía buscando los cigarros en su bolsa, tenía la mirada perdida, tratando de ubicar entre todos los objetos que guardaba, un encendedor. Mientras que yo esperaba y fijaba mi vista frente a una casona enorme que tenía en aquél entonces, muchos años abandonada.
Fue en cuestión de segundos que vi pasar a una mujer vestida de negro, pero no era un vestido cualquiera, era muy extraño, antiguo, y le cubría todo su cuerpo. El atuendo le ceñía la cintura. Lo que más me sobresaltó es que la mujer caminaba rápidamente pero sin salir del radar de mi visión. En su cabeza llevaba un velo negro pero hacia atrás.
El miedo se apoderó de mí. La mujer me producía una amarga sensación. Una sensación que recorría mi piel y la estremecía. Parecía que el corazón se me iba a salir del pecho, era una taquicardia incesante. Comprendían mis ojos que lo que acababan de ver no era más que 'un aparecido'. La mujer tenía un efecto hipnótico, pues en el corto tiempo que la mujer apareció no pude dejar de posar la mirada en ella.
Mira, le dije a mi amiga ¿ves a la señora de negro que pasó? Mi amiga prestó atención a donde le señalaba mi dedo, y guiándose poco a poco la visualizó.
Estuvimos mudas, guardando silencio. Presenciando lo extraordinario.
Los segundos parecían interminables, como si de pronto el tiempo se hubiera roto y no dejara rastro de su continuidad. Súbitamente desapareció, así sin más... No es que hubiera dado vuelta en la esquina, ni que se metiera a una de las casas contiguas, simplemente la mujer se esfumó.
Luego de eso, corrimos hasta su casa. Y es que sabíamos de lo que hablábamos. En el barrio antiguo, en el centro de la ciudad, es muy común escuchar a los vecinos hablar de la mujer de negro.
Cuando éramos niños nos reunimos a escuchar historias, leyendas que siempre le narraban a ella y un niño de blanco que había muerto en un hospital que algún día albergó lo que hoy es el edificio del Archivo Municipal. Y escuchábamos con los nervios característicos de la infancia, queríamos escuchar y al mismo tiempo no queríamos.
Cuando mi amiga y yo platicamos lo que había sucedido no lo creíamos. Pero era inevitable negar lo que nuestros ojos habían visto, aquella mujer tan real y no real a la vez se dejó ver aquél día.
Ahora que hemos crecido y ya hace varios años de eso todavía seguimos recordado vívidamente aquél fenómeno que nos dejó perplejas.
Los años han pasado y con ellos el tiempo en aquél barrio, pero las casas y la gente sigue siendo la misma, ahora somos nosotros quienes contamos que hemos visto a la mujer de negro, la mujer que dicen que murió viuda, que se suicidó cuando perdió a su marido en tiempos de la revolución y que por eso anda penando, vestida de negro por las calles del centro.
Dicen que en otoño, sobre todo en noviembre, se le ve mucho más. Pasadas las doce de la noche se oyen sus tacones y llorando baja desconsolada por toda la calle de Juárez y camina hasta la de Victoria, llorando por su marido.
Por: Karla Martínez y publicada en el periódico Zócalo de Saltillo