jueves, 18 de abril de 2019

Cuando conocí a ‘Cantinflas


Anécdota contada por el DR. JORGE FUENTES AGUIRRE

"Hoy viernes 11 de agosto del 2017 él hubiese cumplido los 106 años de edad. Ante esta efeméride entrañable para mí, vengo a recordar a un gran hombre al que me unieron muy peculiares circunstancias. Me refiero al genial don Mario Moreno Reyes, el mundialmente conocido "Cantinflas”, a quien Charlie Chaplin calificó como "El mejor cómico de América”.

Mis estudios de posgrado en los Estados Unidos me brindaron la singular ocasión de haber convivido con él personalmente durante varios días. Diré aquí cómo y dónde se suscitó ese para mí tan entrañable encuentro. Sirve que de paso, relato algo que el mismísimo "Cantinflas” me confió acerca de una relación muy peculiar que él tuvo con un querido personaje de Saltillo, relación que ahora me place hacer pública.

Durante mi especialización en el Hospital Scott and White de Temple, Texas, filial de la Clínica Mayo, fui asignado, en abril de 1964, a colaborar con el famoso ortopedista Alfred Murray en el caso de la señora Valentina Ivanova Suvaref de Moreno, a quien le fue diagnosticado en mayo de dicho año un cáncer del fémur. Terminada la cirugía, cuando salí del quirófano con el doctor Murray, me presentaron al esposo de la paciente, que esperaba el resultado de la operación. Reconocí en él nada menos que a Mario Moreno, "Cantinflas”.

Un día conversábamos acerca de la evolución de la paciente, y al enterarse que yo era de Saltillo, me dijo: "Cuando vaya a Saltillo me saluda a un primo que tengo allá. Trabaja de Señor Obispo”.

Aquello pudiera parecer una de sus bromas, pero en esos días Mario Moreno era un esposo atribulado por su mujer que moría, y no el "Cantinflas” de los chistes. Luego agregó: "Ese primo que le digo se llama Luis Guízar y nació en Cotija, donde mismo que yo. Su mamá y mi mamá eran primas”.

En una de mis vacaciones que vine a Saltillo, le platiqué a Su Excelencia, don Luis Guízar Barragán, de mi encuentro con "Cantinflas”, y Monseñor me ratifico que sí, que efectivamente eran primos. Me lo decía muy ufano con aquel porte señorial que tenía Su Excelencia, agregando con su característico hablar lento:

--Mira hijo, Mario es muy famoso, pero él no habla latín ni puede oficiar misa, y yo sí.

Ahora vienen a mi memoria aquellos días en que lo conocí, pues tuve, como muy pocos, el excepcional privilegio de tratarlo en la manifestación más auténtica de su persona, despojado de artificios y caretas. Con esto quiero decir que conocí a un "Cantinflas” atribulado y triste.

El Hospital Scott and White de Temple, Texas, donde cursaba mi especialidad, era por los años sesentas el centro médico más prestigiado del sur de los Estados Unidos. Todos los médicos del staff eran graduados de Harvard, y se atendían allí muchas celebridades famosas de la política, las finanzas y del espectáculo, tanto de Estados Unidos como de Latinoamérica.

La tarde que conocí allí a "Cantinflas”, él vestía saco gris y camisa blanca sin corbata. Confieso que no me esperaba que fuese tan campechano conmigo. Le noté el semblante invadido por la congoja que pone en el rostro la angustia, pues recién se había confirmado el diagnóstico definitivo de su esposa Valentina, un diagnóstico sombrío: osteosarcoma del fémur. Ni la cirugía ni las radiaciones ofrecían esperanza. Sólo quedaba la quimioterapia que el oncólogo había propuesto aplicar durante seis semanas. "Cantinflas” viajaba a México y volvía Temple en el avión privado que le proporcionaba su amigo Lyndon B. Johnson, entonces Presidente de Estados Unidos.
Una noche nos invitó a cenar a los médicos que más habíamos tenido contacto con el caso de su esposa: el doctor Terrel Pentecost, ortopedista de Rochester, la doctora Bárbara Amaral, de Sao Paulo, investigadora en Oncología, y a mí, asistente del doctor Murray.

Durante la cena, en la que por cierto "Cantinflas” comió poco, el doctor Pentecost le preguntó cuándo haría otra película como "La vuelta al mundo”. Cantinflas dijo que tal vez pronto, y a su vez le inquirió en muy buen inglés quién era su actor predilecto. El doctor dijo que Spencer Tracy, y "Cantinflas” comentó: ¡Qué bueno es. —¿Y el suyo? Se dirigía a la doctora. Ella le dijo que Charlton Heston. Luego me vio a mí preguntándome sin hablar. —Anthony Quinn —le respondí. Paisano nuestro, dijo, y luego desvió la conversación comentando que había sabido que en nuestro hospital se operó un hermano del presidente Perón. Preguntó de cuántos países nos llegaban pacientes a tratarse, y al despedirnos nos dijo cortésmente que cuando fuésemos a la Ciudad de México teníamos a las órdenes "una humilde casa”.

En el transcurso de mi ministerio médico he sido testigo de muchos llantos ante la pérdida de un ser querido, pero nunca he visto llorar a un hombre como lloró "Cantinflas” aquel miércoles 5 de enero de 1966 que murió, a los 52 años de su edad, su esposa Valentina Ivanova Zuvareff de Moreno, a quien él llamaba tiernamente "Valita”.

Yo estaba firmando unas notas en su expediente y sabía del deceso, acaecido veinte minutos antes. Vi llegar a "Cantinflas” al cuarto. Mi impulso fue ir a decirle palabras de pésame, mas me aconsejó la prudencia y quedé en el umbral de la puerta porque quise respetar su privacidad sin entrometerme en aquel trance. Le llevaba a su esposa un gran oso de peluche que quedó tirado en el suelo mientras "Cantinflas”, sentado sobre la cama, lloraba como niño estremeciéndose y restregando en su cara la mano pálida de Valentina. Fue la última vez que lo vi en persona.

Pasaron los años hasta el 20 de abril de 1993, en que murió Mario Moreno Reyes. No, yo no le conocí, como todos los demás, entre chistes, cantinfleadas y desveladas bohemias. Mas tuve el singular privilegio de tratarlo frente a las realidades más patéticas de la vida, donde la persona se muestra tal como es, sin máscaras ni fingimientos.

Por eso, la imagen que yo guardo de "Cantinflas” trasciende su apariencia superficial, tan efímera y artificial de las pantallas, y le recuerdo así como se me mostró: como una persona de diáfana nobleza, sencillez y sensibilidad, virtudes que lo plasmaron en mi memoria como un ser de elevada calidad humana, muy por encima de la soberbia egolatría que suele revestir a los tocados por la fama.".


En la fotografía el Señor Obispo de Saltillo monseñor Luis Guizar Barragán, primo de Mario Moreno Cantinflas.

La anterior narración anecdotica fue comentada por el doctor Fuentes Aguirre, en la columna que publica en el Diario de Coahuila, el día 11 de agosto de 2017.

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