Una tarde hermosa y fresca hoy en los Lirios; fotografía compartida por Irma Agustín, a quien felicitamos por tan bella imagen, en la que se ve un Arco Iris y otro apenas incipiente en la Sierra de Arteaga, Coahuila.
jueves, 23 de agosto de 2018
Amaneceres de la Aurora, Coahuila
Amaneceres de la Aurora, con este título Armando Cantú Guerra comparte ésta hermosa fotografía con las bellas tonalidades con que se retrata el cielo, con el vuelo de unas aves que realzan la imagen que da vida al amanecer.
Tarde nublada en la Plaza de Armas
Tomada el día de hoy 23 de agosto en la tarde, esta hermosa foto de la Plaza de Armas, donde se observa la Catedral de Santiago y al fondo el Casino de Saltillo, nos la comparte Diego Calvillo Dueñaz, a quien agradecemos su aporte a esta página. Esperamos les guste y puedan compartirla.
La Casa de Manuel Acuña en Saltillo.
Acuña nace en Saltillo, Coahuila el 27 de Agosto de 1849, en la casa número 218 de lo que hoy es la calle de Allende (hoy numero 394 antes de llegar a Pípila). Sus padres se habían casado dos años antes, la familia Acuña entonces (lo fue siempre) de magros recursos.
Acuña tomó de niño clases con un profesor particular y más tarde ingresó al Colegio Público de Saltillo o Colegio Josefino, los registros del paso de Acuña por colegios Saltillenses ilustran a un estudiante de excelencia y de “decencia y firmeza en sus costumbres” y de manera notable termina sus ciclo saltillense en 1864.
Viajó a fines de diciembre o principios de enero a la capital de la república. Lo acompañan Antonio García Carrillo y Blas Rodríguez, desde su arribo, cuando se inscribe en el Colegio de San Idelfonso, Acuña jamás volvió a Saltillo. Acuña vivió todo el tiempo en la ciudad de México a la buena de Dios y olvidado de la Magnifica. Al principio recibía algún dinero del padre pero desde 1871, luego de la muerte de éste, se recorta el subsidio familiar.
Francisco Castillo Nájera refiere que de 1865 a 1871 antes de mudarse al cuarto 13 de la Escuela de Medicina, el poeta moró en el ex convento de Santa Brígida.
Según Juan de Dios Peza en sus memorias, Acuña moró en el cuarto número 13 del patio de los, naranjos de la Escuela de Medicina, al parecer llegó a mediados de 1871, luego de la muerte del padre.
Escribe Peza en sus memorias que el cuarto de Acuña era escueto y sombrío. Daba la Imagen de una pobreza extrema. Había un catre con colchón raído cubierto por un sarape Saltillense, un buró en la cabecera, una mesa desvencijada color azul pálido, tres sillones en el abandono y un librero hecho de cajones con tres tablas largas.
La mañana del 6 de Diciembre de 1873 Acuña se levantó tarde, arregló el cuarto, fue a tomarse un baño, regresó al mediodía al cuarto, y acaso como sugiere Peza, escribe el mensaje final con mano segura:
“Lo de menos era entrar en detalles sobre la causa de mi muerte; pero no creo que le importe a ninguno; basta con saber que nadie más que yo mismo es el culpable. Diciembre 6 de 1873-Manuel Acuña”.
La voluntad suicida de Acuña era tan seria y definida que no parece haber titubeado un solo instante para llevarla a la práctica. Bebió una sobre dosis de cianuro.
Fuente de información: Manuel Acuña en la Ciudad de México/Marco Antonio Campos 2001.
La Anécdota del Tinaco del Tecnológico de Saltillo
Allá en los años cincuentas del pasado siglo se hizo costumbre en mi ciudad, Saltillo, erigir altas torres de metal en cuya cima se colocaba un gran tinaco para surtir de agua de la población.
Dos de esos tinacos fueron puestos por los mismos días; uno en la International Harvester, fábrica de nueva creación, y otro en el Tecnológico, institución fundada también un poco antes.
Como las dos torres estaban cerca del Ateneo Fuente, don Juan Lobato, inolvidable coach del equipo de futbol americano del glorioso colegio, aseveró con absoluta certidumbre que los tales tinacos eran falsos: las elevadas estructuras construidas en la Harvester y el Tec eran en verdad atalayas disfrazadas desde cuya altura los entrenadores de los dos equipos rivales del conjunto ateneísta, los Buitres de la Escuela Superior de Agricultura “Antonio Narro”, y los Burros Pardos del Tecnológico, validos de poderosos catalejos, harían labores de espionaje para averiguar las jugadas que iban a hacer en el emparrillado los Daneses del Ateneo, y así poder contrarrestarlas.
El tinaco del Tecnológico era especialmente grande. La enorme esfera de metal llamaba la atención por su volumen. Don Raúl Madero, a la sazón gobernador del Estado, visitó el plantel un día, y le preguntó a quien había hecho el tinaco: “¿Cuánta agua le cabe al tinaco?”. Pidió el ingeniero que le trajeran su regla de cálculo, hizo una serie de complicadas operaciones que le tomaron dos o tres minutos, y finalmente respondió: “Señor gobernador: le cabe un chingo”…
Fuente: Armando Fuentes Aguirre “Catón”
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